viernes, 4 de febrero de 2011

El mundo de los malditos.


Primero Wolf Rilla en 1960 y más tarde en el 95, John Carpenter,  llevaron a la pantalla El pueblo de los Malditos, una película que describía una distópica sociedad donde una generación de aterradores niños siembran el pánico entre los habitantes de un pueblecito.  Esos niños apenas presentan signos de emoción en sus caras, son fríos seres que rozan lo inhumano. En el 2011, se multiplican por todo el mundo los casos de madres que deciden inyectar botox a sus hijas para eliminar las expresiones de su rostro y así conseguir teóricamente que sean más bellas.  http://www.publico.es/televisionygente/367634/una-madre-inyecta-botox-a-su-hija-de-8-anos-cada-tres-meses


Está claro que estas madres padecen una enfermedad mental, pero la proliferación de estás “niñas del botox” no son una coincidencia, sino son síntoma de una sociedad igualmente enferma. Vivimos en un mundo donde la emoción es un síntoma de debilidad, donde la belleza debe de ser fría, consensuada y homogénea, vivimos en un lugar donde se busca deshumanizar el  rostro. Esta es una sociedad  de ídolos que se niegan a envejecer, sacrificando sus “humanas”  caras en favor de impertérritas mascaras que representan la perfección a imitar por la masa expectante. Este proceso lo podíamos denominar como alzhaimer facial; el tiempo, “lo real” y la memoria parece desaparecer de la cara del inyectado.


Las películas de Ciencia Ficción no asustan al público con su lado imaginario sino que resultan aterradoras por su metáfora de la “realidad”, y en cierta manera El Pueblo de los Malditos jamás fue tan real.   

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